Samuel L. Caraballo
De Río Piedras a Harvard y de Regreso
Actualizado: 2 ene
Por Samuel L. Caraballo, MPH, MDIV, MS
Crecí en Villa Prades, Río Piedras corriendo en el Polideportivo Rebekah Colberg y estudiando en el difunto Colegio Evangélico Felicita Rosario. Después de muchos años y sacrificios, hoy me encuentro estudiando bioética y escribiendo estas líneas desde una de las instituciones académicas más prestigiosas del mundo. La escuela de medicina de la Universidad de Harvard es una institución donde dieciséis investigadores han compartido diez premios Nobel. Sin embargo, lo más insólito de mi experiencia académica en esta institución es que Río Piedras está íntimamente conectado a la historia de investigación clínica en Harvard.
Los investigadores clínicos de Harvard John Rock (obstetra y ginecólogo) y Gregory Pincus (endocrinólogo), fueron las figuras principales detrás de los primeros estudios clínicos y el eventual desarrollo de la primera píldora anticonceptiva. Las restricciones legales y las fuertes objeciones culturales en contra de los anticonceptivos en Massachusetts impidieron que estos investigadores realizaran estudios a gran escala. No obstante, el apoyo logístico y financiero de Margaret Sanger (fundadora de Planned Parenthood) y Katherine D. McCormick (egresada del MIT y filántropa) permitieron el traslado de la investigación a Puerto Rico.
Para 1956 el estudio a gran escala de Pincus y Rock comenzó en una clínica de Río Piedras en el sector recién renovado de “el fanguito”. Estos contaron con el apoyo logístico de la Dra. Edris Rice-Wray, catedrática de la Escuela de Medicina de la UPR y directora médica de la Asociación de Planificación Familiar de la isla. Puerto Rico fue el nicho perfecto para este proyecto experimental en donde para aquel entonces el 16.5 por ciento de las mujeres puertorriqueñas en edad fértil habían sido esterilizadas.
Se eligieron 265 mujeres para quienes el “embarazo sería aceptable o, en el peor de los casos, inconveniente". Las participantes no recibieron compensación y nunca fueron informadas sobre la naturaleza del experimento. Las dosis administradas fueron extremadamente altas. Las participantes reportaron efectos secundarios como coágulos de sangre, náuseas severas y sangrados. Los investigadores consideraron tales hallazgos como psicógenos. Cada mes, a las participantes se les dilató el cuello uterino y se recolectaron muestras de tejido de sus úteros. Algunas de ellas fueron sometidas a laparotomías. Tres mujeres murieron durante la fase discreta de la prueba, pero sus muertes nunca fueron investigadas.
Las implicaciones éticas de este triste episodio van más allá de obtener el consentimiento informado de los participantes en una investigación. El problema es mucho más polémico que no compensar a las mujeres puertorriqueñas en un experimento humano. Este abuso clínico es el resultado de la indoctrinación y las agendas a favor de la eugenesia en Puerto Rico. Al sol de hoy, seguimos escuchando: “¡mija opérate!”, “¡usa la píldora!” y “cierra la fábrica”, sin percatarnos que nuestra aceptación incuestionable de estas prácticas son el rezago histórico de los intentos en reducir los “genes” de una población considerada como inferior.
En 1933, veintitrés años antes de la intervención de Pincus y Rock en Río Piedras, el gobernador de Puerto Rico, James R. Beverley, envió una carta a Margaret Sanger—considerada por algunos como la paladina de los derechos de la mujer—repudiando la rápida tasa de natalidad de las puertorriqueñas de escasos recursos. Beverly pensaba que dicho segmento de la población era el "más vicioso, más ignorante y más indefenso" y que por lo tanto necesitaban ser esterilizadas. Sanger, al igual que Pincus y Rock colaboraron con la visión de Beverly para Puerto Rico.
Martin Luther King Jr., uno que experimentó la denigración en carne propia, concluyó que “de todas las formas de desigualdad, la injusticia en el cuidado de la salud es la más impactante e inhumana”. La experimentación con píldoras anticonceptivas en Río Piedras es sólo uno de los muchos escándalos que surgen a raíz de la denigración científica y política de nuestra isla. La lista de abusos incluye el uso del "agente naranja" en nuestra vegetación, la confesión por parte del Dr. Cornelius Rhodes—otro médico egresado de Harvard—de haber inyectado células cancerosas a pacientes puertorriqueños, el uso de proyectiles con uranio empobrecido y otros materiales tóxicos en Vieques, la apropiación por parte de Monsanto de tierra cultivable para probar plantas modificadas genéticamente desde 1987, entre otras barbaridades. Este breve repaso de nuestra historia me lleva a concluir que de todas las injusticias causadas por el colonialismo y aquellos que lo apoyan, la explotación científica de nuestra gente es la más denigrante y vergonzosa.